La
resignación es la derrota del alma.
Anónimo
***
-Oremos, hermanos. Ya lo dijo el Señor: "espera tu tiempo y
guárdate del mal, y no tendrás que avergonzarte de ti mismo, pues hay una
vergüenza que eleva al pecado y hay una vergüenza que es gloria y gracia. No
tengas respetos que sean en perjuicio de tu alma y no te avergüences en
perjuicio tuyo. No retengas la palabra salvadora y no ocultes tu sabiduría,
pues en el hablar se da a conocer la sabiduría y la doctrina en las palabras de
la lengua. No contradigas la verdad, y avergüénzate de tu falta de instrucción,
agradeciendo esta carencia, porque no todos pueden poseer el saber. No te
avergüences de confesar tus pecados y no nades nunca contra la corriente. No te
sometas al hombre necio, pero sí hazlo con el poseedor de la palabra, con tu
maestro sabio, con tu confesor divino".
Queridos hermanos,
anoche, sí anoche, sucedió un percance nefasto que nuestra comunidad no puede
permitir que se vuelva a repetir. Fernando, el hombre al que todos
considerábamos uno de los nuestros, en quien habíamos depositado nuestra
confianza cristiana, ha sido vencido por el demonio y por quien introdujo en él
la semilla de la duda y de la curiosidad. Pero no, no podemos culpar al rey de
las tinieblas, él nos tienta a diario, como ya hizo infructuosamente con
nuestro señor Jesucristo; el único culpable aquí es Fernando; y lo es por haber
sucumbido ante sus deseos impíos, ante su ansia de gloria. Suya es la culpa;
por su debilidad cayó en las garras de Satán, por su debilidad no acudió a mí o
a alguno de sus hermanos, por su debilidad fue castigado por nuestro Dios,
privándole de la vida y confinándole al justo y único castigo que merecía su
descarada osadía: el eterno sufrimiento en el infierno de las purgaciones.
***
María comprobó con amargura, difícil amargura, cómo Fernando, su
Fernando, no regresaba de su viaje y se mantenía alejado para siempre. Cuando
comprendió que en esta ocasión el para
siempre era para siempre, lloró, lloró y lloró, hasta que sus lágrimas se
perdieron, evaporadas por el calor que desprendía su desdicha. La tristeza era
grande, tanta como su dolor, pero sus ruegos, los que surgían sin fe, fueron
pronunciados de un modo torpe, anodino, como si tan sólo le interesara los
detalles nimios que sobresalían de las espinas de su pesar.
***
-Roberto, ¿qué es lo que pasó?, ¿qué falló?, ¿qué sucedió la noche en
la que murió Fernando? Roberto, dímelo, él ha muerto, y tú, tú has cambiado,
¿qué pasó?
-
-Roberto, por favor, debes decírmelo, ¿qué pasó abajo?, ¿qué viste?,
¿quién vino?
-
-Roberto, ¿no lo entiendes?, te alejas de aquí, te fugas de mí y de
todo lo que nos unía.
-
-El padre Julián no te quiere aquí, dice que te has vuelto loco, que
Dios te ha castigado por atreverte a ser cómplice del pecado de Fernando,
nuestro Fernando. Sí, él lo vio, ¿y qué?... él lo estropeó todo, ¿y qué?...
pero abajo pasó algo, ¿qué pasó?
-
-Debes responder, debes reaccionar, no me puedes dejar sola tú
también, sólo creo en ti, sólo creía en Fernando y en ti. No le des la razón;
debes luchar, no debes creer lo que dice, las acusaciones, nosotros no hemos
sido castigados, no, no ha sido obra del Señor.
-
-Roberto, ¿qué te han hecho?, ¿qué te han hecho, Roberto? Por favor,
sal de este estado, te necesito, necesito contar contigo, necesito llorarle,
lagrimear en tu hombro, padecer por Fernando, nuestro Fernando.
-
-Roberto, estoy embarazada, estoy embarazada de él. Aún no lo sabe
nadie. Quiero tenerte a mi lado, ¿lo entiendes?, ¡deja ya de fingir!, ¿lo
entiendes?, ¡vuelve!; por Dios, vuelve y ayúdame con esto, vuelve y ayúdame,
ayúdame, no puedo pasar por esto sola, no puedo.
-
-Roberto, reacciona, reacciona Roberto, por él, por ti, por mí,
necesita de nosotros, al igual que nosotros de él. Sé que no está muerto, me lo
prometió, sé que está aquí, con nosotros, contigo y conmigo, y te necesita, te
necesita cuerdo, cuerdo y consciente para poder volver de donde la Muerte le
tenga, de donde quiera que esté; ¡quieres dejar de pensar en ti!, ¡quieres
volver para ayudarle!, ¡él confiaba en ti!, ¡él te quería!, ¡no puedes fallarle!
-¡Basta!, no quiero saber nada, quiero quedarme aquí, quiero no
pensar, quiero no recordar, quiero no vivir. No voy a pasar por esto, no voy a
volverlo a pasar. Tú estabas arriba, tú estabas seca, pero yo no, yo no, yo
estaba en la lluvia, yo lo vi todo, yo lo sé todo, todo, ¡TODO!
-Roberto, piensan que estás loco.
-Y qué si lo estoy, y qué si lo estoy. María vete, déjame, por favor,
déjame, ¡déjame!
-No, no puedes, no puedes abandonar.
-¡Ah!, por favor, ¡ah!, calla, ¡calla!
-¿Qué sucede?, ¿qué sucede?
-Doña Teresa, doña Asunción, creí que no había nadie.
-¿Qué sucedió María?, ¿qué le pasa a mi hijo?
-¿Y al mío?, ¿qué le pasó a Fernando?, ¿por qué murió Fernando?
-No lo sé, no lo sé, no sé nada.
-Pero el padre Julián dice...
-¡Mentiras!, eso es lo que dice el padre Julián. Él no sabe nada, no
sabe nada de esto
-¡Cómo te atreves, niña!, ¡cómo te atreves a llamar mentiroso a
nuestro benefactor! ¿Dónde vas?, ¿dónde vas ahora corriendo?
-Déjala. Bastante tiene ya con el castigo del Señor. Teresa, me muero.
Tu hijo Fernando me ha traído el mal a mí, a mi hijo, a mi casa, al pueblo.
Todos me miran mal, todos huyen de aquí, todos creen al cura, todos le hacen
caso, hasta yo.
-No, Asunción. No te puedes morir, tú no, por favor, no nos abandones,
no dejes que arrutine más por las tinieblas engrandecidas por mi Fernando.
-No puedo quedarme, ya no. Lo dejo todo aquí, hasta a Roberto. Me voy.
Allí olvidaré todo.
-Asunción, por favor, te necesitamos, tenemos que sacar adelante al
pueblo, se lo debemos a ellos.
-¿A quiénes?
-A nuestros seres queridos, a aquellos espíritus que vagan por entre
nuestro carente mundo.
-Ellos se lo buscaron.
-No puedes ser tan cruel, ¿y qué será de mi hijo?, ¿qué será de
Fernando?
-Morirá eternamente.
***
-No te preocupes, hija, Fernando se ha ido a otro lugar. El Señor lo
ha reclamado a su lado, y nosotros, sus criaturas, guiadas sabiamente por el
padre Julián, no somos nadie para contradecir los designios del Todopoderoso.
***
Las palabras le llegan, martillean una y otra vez sus sensibles
recuerdos. Oye pero no escucha. Quiere gritar. Le arde el pecho. Está harta de
las mentiras. Nota su pulso, acelerado, como la tormenta que se avecina a lo
lejos. La noche promete ser larga. Una más, qué importa. Se siente buena, una
ovejita buena; compasiva (y dolorida), comprensiva (y dolorida), obediente (y
dolorida), dolorida. ¿Cómo no va a estarlo? Ha muerto Fernando, su Fernando. Se
siente responsable, y las vacías palabras llenas del ser divino y su
magnificencia no consiguen calmarla. Está perdida, pero en el fondo sabe que es
tan sólo el comienzo de su encuentro.
***
-Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino... rezo en voz alta, una oración tras otra buscando
el perdón. No siento alivio. Todos están siendo muy buenos conmigo, me dan su
apoyo bienintencionado, no debo rechazarlo. Dios nos enseñó a agradecer los
gestos que hacen nuestros hermanos cristianos. Debo creer, no dudar ni permitir
que el espíritu del demonio haga mella en mí. Dios se lo ha llevado, me ha
quitado a Fernando. Me dicen que sus motivos tendría, (¡qué sabrán ellos!), que
estará mejor allí que no en este valle de lágrimas. No debo cuestionar las Sagradas
escrituras ni la palabra de Dios, Fernando lo hizo, lo retó y perdió... así
como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y mas líbranos del mal, amén. Si
es así, entonces, ¿de qué tengo miedo?
***
Tam, tam, tam, las viejas campanas tañen todavía en sus oídos. La
imagen distorsionada por el tiempo no le impide el estremecimiento progresivo
al notar la pesada arena sobre la lúgubre carcasa de Fernando, su Fernando. Fue
ayer. No importa. Desde entonces no habrá más mañanas, ni tan siquiera para
hoy.
***
Las nubes llegaron de imprevisto, sin ruido, sin aire, tan sólo
aparecieron, rellenas de algas, para cubrir de lodo la oscuridad que se cernía
sobre la, entonces árida, tierra de Mortaja.
***
La noche se alarga, los cielos se sueltan, desmembrándose en húmedos
alaridos que cubren de hidrógeno la manchada tierra. Olor, olor a cieno y a
podredumbre. Las casas no huelen, están malditas. El pueblo se hunde. La
Naturaleza se rebela con furia, rechazando las impías explicaciones, arrojando
su ira sobre los rostros temerosos de los infieles. La han traicionado, el
orden de las cosas ha cambiado y, ahora, la aurora se estremece en su fecunda
cama esperando que la eficaz guadaña invada de sangre las cloacas de la
prepotencia humana.
***
-Lo añoro, hija mía. No puedo rezar más, no puedes pedirme que siga
resignada mientras él no está aquí. Sí, sé lo que me dirás, que él se lo buscó,
pero, me ha dejado sola, sola y embarazada. Si pudiera verme, olerme, sentirme,
saber que estoy aquí, hacerme saber que está bien, que aun muerto sigue con
nosotras. Hoy ha venido a verme el padre Julián, quiere que me case con
Ricardo, dice que es un buen partido, que me sacará de la miseria y del dolor.
¡Él qué sabrá! ¿Cómo puede recomendarme que le olvide?, ¿cómo puede olvidar lo
que me hizo?, la felicidad que me dio, que me estremeció y vuelve a hacerlo
cada vez que recuerdo sus manos sobre mi cuerpo desnudo, acariciándome,
haciéndome sentir mujer.
-(Ya estás otra vez, ya estás con tus guarradas, ¡puta!, ¡que eres una
puta! Todos desviviéndose por ti, y sólo piensas en los espasmos que nunca
volverás a tener. No mereces la vida, no eres digna de ser una oveja del Señor).
-Hija, por favor, no me regañes.
-(¿Y qué es lo que puedo hacer contigo?, eres mala, sólo piensas en
ti, en tu propio placer, ¿y yo?, ¿qué me dices?, aún no he nacido y ya estoy
sufriendo, ya estoy padeciendo tus locuras, ¡puta!, mírate, revolcándote en el
suelo, a la busca de un orgasmo que pueda cerrar tu necesidad de mal, ¡zorra!,
no eres más que el desecho de nuestro queridísimo Dios).
-Por favor, no sigas hablando.
-(Llora, llora y gime, sólo imploras porque sabes lo que pasó, él se
mató, se fue por no soportar tu hediondo y fétido ser).
-No, Noooo.
-Eh, ¡cuidado con la ventana!
Un grito apagado
silenció toda sorpresa; después, truenos, ruidosos, y oscuridad, mucha
oscuridad.
***
-Tengo sueño.
-El golpe ha sido fuerte, debes resistir.
-¿Por qué?
-Por todos los que te queremos.
-Usted no me puede querer, padre, usted me odia, usted reniega de mí
por lo que hice con Fernando.
-No lo nombres en mi presencia.
-Lo ve, su sola mención le enfurece y le irrita; usted es un hombre de
Dios, pero odia como todos, porque es cura de profesión, pero hombre de
nacimiento.
-Cállate, te he dicho.
-(Lo ves, el mal se ha apropiado
de ti, primero Fernando, luego Roberto, ahora el padre Julián, eres el suspiro
malevo que todos llevan dentro, la encarnación en tierra de la desgracia y el
olvido, amparándote en el descaro que acompaña a tu sed de padecimiento).
-¡No, eso no!, tengo sueño, veo grietas en mi memoria, veo huecos
inmensos que sólo puedo rellenar con un puñado de angustias que me ayuden a
padecer lo que sufrí y sufro por culpa de las leyes humanas y de nuestro Dios.
Padre, ¿usted cree?, ¿cree en Fernando?
-¡Blasfema!
-(Eso, péguela, se lo merece).
-Pégueme, destróceme, hágalo, una y otra vez, arranque mi pena,
explote mi dolor a dentelladas, para que no quede un solo recuerdo de su paso
por este mundo de ánimas; pero no lo logrará, no me apartará de mi recuerdo, de
mi deseo, de mi añorado Fernando.
***
-Padre, padre, tenemos que hablar.
-¿Qué es lo que te sucede, María?
-Es sobre Fernando.
-
-No me mire así, sé que murió, pero antes de ello hizo algo, algo que
crece dentro de mí, algo que hará que usted me odie más por siempre, por
dejarme sola ante nuestro hijo.
-¿Vas a tenerlo?
-Por supuesto.
-No merece un sucesor. Fue obstinado y se atrevió a desafiar al mismo
Dios, pretendiendo igualarle en grandeza. La Muerte se encargó de poner las
cosas en su sitio.
-No, no fue la Muerte, fue, fue, usted y su Dios, ese Dios vengativo.
-No digas eso, no lo digas.
-Ah...
-Arrepiéntete, arrepiéntete de lo dicho.
-No, no...
-(Eso, humíllate más, demuestra
cuán grande es tu bajeza, zorra, si al menos tuvieras dignidad).
-Arrepiéntete, María, en el sagrado nombre de aquél que te permitió la
vida, de tu único, justo y misericordioso Dios.
-No, no, no puedo creer en él, me lo ha quitado todo, Todo, TODO.
-Está bien. Tú lo has querido así. Perdónala, Dios mío porque no sabe
lo que dice.
-No, no, por favor, por favor, otra vez no, No ¡NO!
-(Así, así me gusta, si disfrutó
con mi padre, que lo haga también con Dios, que deje su poso de deseo en el
abrigo de su creador, que restriegue su condición de puta por entre las piernas
de un santo; es toda suya, arrepiéntala).
***
-Debes nacer, hija mía, debes darme un motivo para continuar creyendo
en lo que me sucedió, para no olvidarme del pasado.
-(No seré yo quién te traiga tus
objetos imaginarios de pecado).
-Debes nacer para demostrarles que no estoy loca, que realmente
existes, que eres el producto del amor que nos tuvimos Fernando y yo. Debes
nacer para recordarme el inmenso amor que hizo que le acompañara en su
obstinada locura hacia las respuestas.
-(¿No querrás volver a caerte
por la ventana?).
-Por favor, hija mía, te lo suplico, te lo imploro más que a Dios.
-(No lo nombres, no te atrevas a
nombrarlo. Has sido mala y te ha castigado, has pecado convirtiéndote en lo más
odiado por Él, en un trozo de ardiente carne en busca de la mitigación de las
bajezas más mundanas del hombre).
-¡No!, no vuelvas a exigirme que me calle, lo hice por él, en su
honra, por sus agallas para enfrentarse en pos de la ciencia contra la muerte.
Dios lo sabe, Él me ha guiado.
-(Te he dicho que no lo nombres,
blasfema, no difames el buen nombre del que te lo ha dado todo, no lo mezcles
en tus despreciables caprichos vaginales, eres una hija de Satán, nunca de
Dios, te mereces todo lo que te pase).
-Hija, por favor, nace, hazlo por él, por tu padre, por quien quieras,
pero nace, dejaré de hacerlo si naces; por favor, necesito ser madre, necesito
un recuerdo vivo al que aferrarme, necesito sentirme necesaria, por favor, no
me abandones.
-(Nunca te tuve aprecio. Te daré
una oportunidad, deja de fornicar y quizás nazca).
***
-¿Estaré loca?, ¿habré perdido el juicio? De ser así, ¿qué es lo que
crece dentro de mí? ¿Acaso no hubo contacto con Fernando, mi Fernando? No, no
puede ser, no debe ser. Dios mío, ayúdame, ayúdame como no hiciste con la pobre
Sor Inés, a la que dejaste morir tras ser humillada y violada por el padre
Julián, ayúdame como no hiciste con la hija de Mariano, el panadero, quien te
suplicó que salvaras de la muerte a su hija pequeña e hiciste oídos sordos a
todos los deseos por mucho que supieras que era lo más correcto, ayúdame como
no hiciste con Amparo, quien tras toda una vida dedicada a ayudar a los demás
acabó mendigando tu piedad para que la aliviaras del dolor que se la llevó de
esta tierra maldita, ayúdame como no hiciste con Fulgencia, a la que sepultaste
con miles de piedras después de haberte servido fielmente, ayúdame como no
hiciste con Fernando, mi Fernando, ayúdame como no hiciste con tantos y tantos
otros a quienes embelesaste con tus promesas de vidas eternas y que al morir se
quedaron en sus frías tumbas llenas de flores frías a la espera de que llegaras
para llevarles a la salvación.
¡Dios mío, eres el más grande falsificador!
***
-¡Ah!, madre, por favor, he roto aguas.
-(Nadie te cree ya).
-Madre, por lo que más quieras, por Dios, por todos los santos,
arráncame este dolor que pulveriza mis entrañas.
-(No, no lo harán, saben lo que
eres, lo que representas, eres la decadencia, la nulidad, hueles a prostituta,
y serás rechazada por la caridad de nuestro queridísimo benefactor).
-Madre, sé que me oyes, que me sientes, soy tu hija, es tu nieta.
-(No te atrevas a nombrarme, no
eres digna de ser madre, no mereces ni mi desprecio).
-Madre, MADRE, ¡AYÚDAME!
***
-Es María otra vez. De nuevo con el mismo cuento.
-Pero, mamá, deberíamos ayudarla.
-¿Cómo?, ella se lo buscó, ella nos traicionó, marchándose en busca de
lo prohibido, atentando contra las leyes divinas. Dios es justo, y María sólo
está recibiendo su castigo.
-Pero nuestro Dios no puede actuar así...
-Blasfema, también tú. Ay, Señor, aleja de nosotras los malos
pensamientos; reza conmigo; y castiga como es debido a los que dudan y se
encaran contra tu inmensidad; pero, por favor, no te lleves nuestras tierras,
no nos dejes sin nuestras cosechas. Haz que los cielos cicatricen. Es lo único
que tenemos, por tu gloria y misericordia.
***
-Madre, madre, ya está.
-Hija, ¿qué has hecho?
-Parir, lo he hecho yo sola, sin la ayuda que me negaste.
-Te estás desangrando.
-No, no es mi sangre, es la de la niña, la de la puta que ardía dentro
de mí, la zorra que bullía por mis venas, buscando la forma de redimir mi pasado.
¡Madre!, yo no quiero olvidar. ¡Madre!, yo quiero estar a su lado, al lado de
Fernando.
-Hija, Fernando está muerto.
-No, no lo está, tan sólo se ha ido, me dijo que volvería.
-Déjame curarte esa herida.
-¡Atrás!, no la toques, es una impía, un arma de repulsión hacia el Señor.
-Pero, padre.
-No, quien ofende a Dios, merece su castigo.
-Pero, padre, es mi hija.
-Y tú la hija del Señor. ¿No irás a desobedecer sus órdenes?, ¿no
querrás quemarte tú también en la penitente hoguera de los sucios de espíritu?
-Atrás, padre, atrás.
‑Padre, padre, no me deje, no me abandone, ayúdeme, sálveme del dolor
que dinamita mis pesares, que revienta mi trozo de vida y me acerca a la
muerte; padre, por Dios, deme su santa mano y rescáteme de aquí, regréseme a
Fernando.
-¡No!, no lo nombres, él fue tu perdición, la de todo el pueblo, y
estas lluvias son sólo el castigo que tenemos que pagar por su descaro ante las
razones imperturbables, por su osadía al intentar conocer lo que le está
vedado, lo que sólo pertenece al Señor, a tu Dios. María, arrepiéntete, reniega
de tu amor y te acogeremos.
-Hija, hazlo, es por tu bien.
-María, recuerda lo bien que siempre te ha tratado el Señor, la de
recompensas que te ha otorgado por hacer lo que se te ha ordenado. Ven.
-No, no quiero más palabras de consuelo, no quiero más su consuelo, ni
su mano en mis pechos, ni su sexo en mi sexo, no, no voy a escucharlo, Fernando
¿dónde estás?, ¿DÓNDE ESTÁS, FERNANDO?
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