El temor a la muerte es peor que la muerte
misma.
Publio Cyro
***
-Soy una estrella efímera, vacilante en un universo carente de
estrellas fugaces. Ya no hay deseos, y yo soy uno solo, triste, prófugo,
huidizo. Soy esencia pura en busca de mi pasado, de mi presente, buscando el
ancla que me retenga allá de donde venga. Una mancha convertida en mí me
persigue. Rastros invisibles que sigo con miedo, con temor de que ella me
encuentre. No, no puedo meditar, la tormenta repica entre la sima de mis legañas,
intentando conseguir una lágrima que recuerde mi añeja existencia, que me
retenga para dotar de sentido al caos en el que me veo obligado a pulular,
girando mientras huyo de..., ¿de quién huyo?; ¿de mí? No, no creo. ¿Del padre
Julián? No, para mí ya no existe. ¿Del tiempo? Estoy atrapado en él. ¿De la...
Muerte?
(Y una gota de sudor
frío recorrió cada contorno de su ausente cuerpo).
***
Fracaso. Ésa es la palabra que se agolpaba continuamente en la mente
del aspirante a salvador de los miedos del hombre. Lo había intentado, motivado
por el afán de sentirse superior a aquél que le había vejado durante su
existencia, y ahora, ahora que no existía, ahora que ya no habitaba entre los
suyos, sentía la carencia del éxito que presupuso a su arriesgada y fracasada
tentativa. Había llegado el momento. A duras penas lo había reconocido, y
entonces supo de su condición de presa, de su contrato letal; decidió huir,
lejos, allá donde el perenne cazador no pudiera encontrarle, donde su no
existencia le proporcionara momentos de felicidad, aquella que siempre le había
sido negada por su catolicismo asfixiante en un mundo creado por y para el
padre Julián y para los que, como él, se alimentaban de los miedos y deseos de
eternidad que anidaban en las pequeñas ramas de la espinosa conciencia humana.
***
-¿Seguí?, ¿seguiré?, ¿sigo?, todavía no controlo mi nueva situación.
Las barreras espacio-temporales se han roto, y ahora soy esencia de todo y de
nada. Conozco, conozco profundamente, y las cosas que en vida me producían sensaciones
dispares, han dejado de pertenecer a la categoría sensitiva. Ya no siento, tan
sólo observo, despojado de toda subjetividad, consciente de la realidad tan
negativa que rodea al ser humano. Si pudiera avisarles, pero no debo, sería
inmiscuirme en las cosas, volver a romper las normas, y todavía aguardo el
castigo que me impondrán por lo arriesgado y trasgresor de mi búsqueda personal
hacia la Muerte.
***
-Tú, otra vez tú, ¿por qué me sigues?, ¿por qué haces que huya cada
vez que siento tu mortal perfume dentro de mí? Aléjate, no te debo nada, nunca
te pedí que vinieras. ¡Habla!, ¡deja de mirarme! Me estoy volviendo loco, no sé
qué hago aquí, cuál es mi cometido. Escapo, intento fugarme de tu abrazo, de tu
deseo natural de consumir mi conciencia de vida. Eso es todo. Mi único afán por
vencerte es el que te hace mantener la tensión en torno a tus macabras reglas,
dominando tu universo mientras juegas con el intruso, mientras te diviertes
conmigo, esperando mi desesperación para culminar tu propósito. Te lo diré, ¡no
te temo!, no voy a esquivarte por haberme adelantado a tu trabajo, por haber
realizado tu labor de una manera más humana, en pos de la ciencia, ¿no lo
entiendes?, soy mejor que tú, y lo demostraré. (Risas fallecidas retumbaron en
el eco del santo funeral). ¡Déjame morir en paz!
***
-¡Está bien, Muerte! Estoy harto de huir. Lucharé contigo, pelearé
contra ti, pero deja de buscarme y encuéntrame. VIDA, ¿qué haces aquí?
-No te oye. No está aquí. Ha regresado al lugar desde donde la
hallaste. Hay cosas más importantes que requieren su atención. ¡Qué paradoja!,
eres pasado incluso aquí, en la eternidad.
***
-¿Has oído?, alguien me llama.
-Ilusiones, vanas ilusiones.
-¿Quién eres tú?
-¿Cómo?, ¿no me reconoces?
-No.
-Soy aquella a la que querías vencer.
-¿La Muerte?
-He venido a castigarte por tu atrevimiento.
-¿Y cuál es ese atrevimiento?, ¿rebelarme contra lo que está
impuesto?, ¿sobreponerme a los mandatos que sin ninguna razón me imponen las
fuerzas que como tú rigen el mundo?, ¿no contentarme con lo que tengo? ¿Crees
realmente que eso es atrevimiento?; yo te diré lo que es: conocimiento, afán de
conocimiento.
-Nadie quiere reconocer su fin, tú sí, por eso te contentaré.
-¡Atrás!, no dejaré que vuelques tus negras cizañas sobre mí, he
llegado hasta aquí y ni tú ni nadie me detendrá. ¡Ahora no!, debo seguir, debo
alcanzar el final de los finales, percibir el indestructible orden que nos
lleva a ser lo que somos, ahondar en la marcada huella que nos arroja al fuego
del que procedemos. No, no me iré de aquí sin respuestas.
-Eres obstinado, pero arrogante, y la arrogancia se paga con la
muerte.
-Ya estoy muerto.
Y una sonora
carcajada inundó de un reticente eco la vacía estancia en la que Fernando creía
que se encontraba; después la soledad y el silencio, un profundo y marchito
silencio.
***
-No puedes vencerme ahora, no, ahora no, merezco saberlo, conocer lo
que anida detrás de ti, lo que rige todo lo que en mi olvidada tierra se mueve.
Sí, quizás he sido soberbio, quizás he roto las reglas, pero ha sido
justificado. Soy un hombre, ¿lo entiendes?, comprendes lo que eso significa.
Tengo dudas, muchas dudas acerca de todo lo que me rodea, de todo lo que me
hace estar o sentirme vivo. No es justo, no, no puedes derrotarme así, necesito
morir ahora, necesito morir mi muerte.
-Soy yo quien decide lo que es justo y lo que no.
-Sólo te pido una cosa.
-Habla.
-Quiero saber, conocer lo que hay, lo que se oculta tras esta
farragosa oscuridad.
-No tiene sentido. Estás muerto, estás muerto por mí. Morirás todo lo
que yo quiera que mueras. Hasta entonces serás consciente de tu muerte, nada
más.
-No, no, me la he ganado, me he ganado esta muerte. En ningún momento
te he temido. Sí, me he adelantado, ¿y qué?, más tarde o más temprano vendrías
a por mí, a exigirme lo que por castigo es tuyo, a arrancarme del pozo terrenal
al que me veía subyugado. Me lo debes, me debes una oportunidad, me debes el
tiempo que me he quitado, los días que me he extirpado en pos de un
conocimiento, en busca del porqué del sueño eterno, para desterrar de las
conciencias los pésimos detalles de tu existencia. Sólo quiero eso, nada más
que eso. Olvidarme de ti, olvidarme de que el fin de la vida nos lleva a ti,
nos sumerge en ti, nos arrastra a ti, sin condiciones, sin esperanza. Sólo
quiero morir por mí, por mi propia decisión, me lo he ganado, he arriesgado, no
tienes derecho a arrebatarme lo que es mío, no, no puedes, déjame morir en paz.
-Hum.
-Habla, di algo, dime cualquier cosa.
-Te daré una única oportunidad. Camina, anda, recorre todo el espacio
que quieras, durante todo el tiempo que puedas; pero no dudes, nunca dudes;
porque en el momento en que lo hagas, mirarás hacia atrás, y entonces, allí
estaré yo, esperándote, con mi guadaña, para segar tan sólo una parte de tu
incorpórea inexistencia, para escindir tus ruegos y súplicas y expandirlos
eternamente por los huecos de tus míseras tinieblas. Lárgate, deambula por mi
reino; pero recuerda que dudarás, recuerda que la sospecha de mi presencia te
seguirá allá donde vayas, y entonces girarás tu cabeza, lentamente, odiándote
por estar haciéndolo; pero no podrás evitarlo, tu efímera y denodada audacia te
obligará, lo harás y te arrepentirás, de todas tus imploraciones, de todas tus
arrogancias, de tus vanas ilusiones por vencerme. Soy la Muerte, y por mí
reconocerás el tormento, por mí distinguirás el dolor, por mí adquirirás el
sufrimiento. Huye, corre y no mires atrás, nunca.
(¡Kaaboom!)
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