El temor de Dios es el fundamento de toda
sabiduría.
Eclesiastés.
***
-¿Dónde estoy?, ¿qué ha pasado?, ¿que me ha pasado?, ¿dónde están mis
hábitos?, ¿dónde están mis santas vestiduras?, ¡oh Dios!, ¡oh Dios! ¿Habré
muerto? No, no puede ser, habría sido llamada por el Señor. Estaré soñando, eso
es, debe ser todo una de esas pesadillas en las que la oscuridad se acoge a las
profundidades humanas para mostrar los moratones del alma. Debo permanecer
tranquila y rezar, como he hecho siempre. Recé cuando tuve miedo y tú estabas
allí. Recé cuando presencié la matanza de niños, aparentemente sin ningún
sentido, que ordenó el padre Julián. Recé cuando él condujo al pueblo hasta la
lapidación de la pobre Fulgencia, que sólo buscaba mi protección, para violarme
y ultrajarme aquella tarde en la sacristía. Recé cuando mi cuerpo se vio
invadido de dudas acerca de tu bondad infinita. Recé cuando el padre Julián
asesinó a todos aquellos que se le opusieron brevemente. Recé cuando el padre
Julián acabó con todas las muestras de cultura que quedaron en el pueblo
después de la muerte de Fernando. Recé cuando el poder permaneció en el seno de
aquel que te representaba, estableciendo aún más las diferencias entre él y la
multitud de míseros muchachitos que murieron de hambre por no tener ni un
pedacito de pan (aquél que tú multiplicaste) que llevarse a sus desdentadas
bocas. Recé...; ¡cuánto he rezado, Dios mío!, debes estar orgulloso de mí. Pero
no debo atribuirme ningún mérito, todo te lo debo a ti; la vida, los momentos
felices, pocos, eso sí, la muerte, las miserias. Espero que no tardes mucho en
despertarme, hace frío aquí, y no llevo nada con lo que arropar el desconsuelo
que cubre mi marchito escapulario.
***
-Es indignante. Llevo así mucho tiempo y el sueño no me descuida, se
aferra a mí, sorbiendo a cucharadas mi aliento. ¿Y si estuviera muerta,
realmente muerta? No, debo apartar esa idea de la cabeza. Estaré siendo
sometida a una prueba demoníaca, una de esas que sólo se nos presentan a las
que te hemos dado todo en la vida. La superaré, ya verás Dios mío, creeré en ti
siempre, "per saecula saeculorum".
***
-¡Ay!, Dios mío, ¿dónde estaré? ¿Qué puedo hacer ahora? Debo regresar.
No puedo permanecer por más tiempo aquí, en esta charca de olvido. Tengo que
volver, necesito calmar los pecados del hombre. ¿Por qué no les di la
absolución a todos aquellos que me lo pidieron? ¿Quién era yo para condenar
moralmente a aquellos que vinieron en busca de mi perdón para sus míseros
pecados? No, no soy culpable, tan sólo cumplí con el que creí mi deber. ¿Dónde
estás, Dios mío? Recibe a tu sierva más cristiana, más católica y más devota.
No puede estar pasándome esto a mí. Yo, que nunca me sublevé ante las injustas
órdenes del padre Julián, que fui felicitada por mi defensa a ultranza de los
deseos de la Santa Madre Iglesia, que fui recibida y elogiada por el Cardenal
de la región. Yo tengo que estar a tu lado, al lado del ser por el que he dado
mi vida, Dios mío, ¿me oyes?, ¿me oyes?, Dios mío, ¡DIOS MÍO!, ¿QUIERES SALIR?
***
-No puede ser, no debe ser cierto, pero he muerto, cristiana y
devotamente, sin paz en mi cuerpo y en mi espíritu, deseosa de encontrar a mi
mentor, aquél al que he dedicado mi vida, negando mis deseos de humanidad por
recibir la recompensa de la eternidad al lado del creador, mi Dios, el que me
dictó por medio de la Iglesia mi comportamiento para con mis semejantes, el que
coaccionó a través de mis oraciones mis ansias pecadoras, purgando mi flagelada
alma a golpes de rosario, cubriendo mi cuerpo de llagas carcomidas por los
pecados de mis semejantes, lavando en su beneficio las corruptas sensaciones de
eternidad. No, no es justo, no puede serlo. Y ahora, ¿qué hago yo? Ahora que ya
no vivo, ahora que he cumplido con mi parte del contrato, ¿dónde está el
magnánimo ser que me iba a reportar la salvación?, ¿quién va a presidir mi
juicio final?, ¿contra quién puedo descargar todos mis años perdidos, mis
orgasmos deseados, mis tabúes reprimidos?, ¿contra qué Dios imploro yo ahora?
No, no quedará así,
me niego a morir.
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